Enredada en el desbroce
del mundo, se propone como silbido marchito por una abertura excesiva
de los labios. De entre las raspaduras, fluctuante y mistérica,
surge la flama, y con ella el devenir del aire.
Sin manos baila su batuta
y extiende su partitura por la hoja labrada, más y más potente,
loca, tímida, grandilocuente, ahora calmada, otrora soberbia,
angosta, simbiótica.
Caos.
En el ambiente, un dulzor
de pardo cauce. En las cuencas de los ojos, un rumor de agua, que
quisiera apresurarse a su encuentro para formar, junto a ella, la
silueta creativa de sus sinos.
Orden.
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