El calor muere fuera.
Se desploma con violencia insinuante la atmósfera recordándonos dónde refugiarnos: el anhelo se viste de recuerdo.
Al tiempo, ignoro quién debiera ser: un subtema heroico o un idiota advenedizo.
Todo se marea en lo incontable.
Cantas con mi voz y dices en tus letras adoradas lo que pienso en mi cerebro que no para de caer sin asido. Cuentas mi historia no vivida y creo que es un guiño de Platón en mis entresijos.
No hace ninguna gracia.
Las calles me lo proponen y prefiero ahogar mis suspiros en el sexo que en el zapato que ha de gastarse en los pedregales u oscultando las estrellas que salen a verme.
Ahora solo queda imaginería y el silbido de lo cíclico en mi estudio, en mi reminiscencia onírica.
Solo quiero volver.
Volver como lo expresaba Apollinaire. Como lo hacía Altolaguirre o Mallarmé.
No sé si existo para mí o para otros pero la pérdida de ambos es constante. La refriega es tan sangrienta como la herida que causa en la tierra la lluvia: una abolladura que se extiende hasta hacerse historia, adentrada en las raíces del tapiz, insondable, indivisable, imprudente en su estruendo.
No sabe el corazón ya si latir más rápido o más lento. Quizás sea una sincopa de paro cardiaco que acelere el destino.
No, el destino no existe; solo la perjuria humana.
Cantas y me llora el alma.
Las esquinas de lo urbano me urden entre tejidos reales.
No sé si existo para espectar o ser espectado.
Ni siquiera sé si existe el verbo.
Y, mientras, se escapan los días como se escurren las gotas en el vidrio.
No sé si existo para dar razón a la existencia de otros o para cerciorarme de que debía ocurrir así, suave pero destructivo.
Deja de cantar, deja de jugar a representar que no sabes de qué va esto. Estás tan perdido como yo, pesando, soñando, luchando, viviendo una vida que sabes que no es la tuya.
Mientras, seguiremos triunfando, o cayendo sin remisión. Y seguiremos dejándonos los sesos en saber si somos quienes debiéramos o tan solo una mueca del destino.
Vidas tangentes
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