Hay rastros de cenizas a
la puerta de casa. Una puerta sin nombre y sin pomo, inviolable e
insípida.
De los rastros celebramos
migas de pan. Migas que golondrinas de plomo emigran en sus picos
extrovertidos. No queda sino cansancio de levantarse a diario. Y
bravura de oleajes internos.

No queda sino rima,
enérgica y artificiosa rima. Muerte en vida: rima. Arte en los ojos:
rima. Suerte de desencanto: rima. Traqueteo inquieto: rima. Doliente
y pasiva rima. Rima que llorar a cada verso intentado.
No queda sino polvo sobre
polvo, rostros idiotizados, extraños insultos y un desvelo en lo
despertado de bruces.
¿Y ahora dónde
escucharemos arcos? ¿dónde despertaremos a la pedrera? ¿dónde
rascaremos con las palas de plástico? ¿dónde imaginaremos un mundo
mejor?
A la puerta de casa llama
un quejido, un quejido de luces temblorosas que salen a verte si las
acaricias. Y, si lo quieres, contestarán los ángulos con ecos de
personalidades que se adentraron miles de veces. Que jugaron a ser
hombres. Que hicieron como gatos asustadizos y que cerraron sus ojos
esperando un roce amigable: juego de preludio.
A la puerta de casa
llama... el futuro.
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