A veces la vida regala
olvidos.
Sí, olvidos, que no
recuerdos.
Es necesario olvidar y,
cuando con todo nuestro afán no podemos, la vida nos regala el
descuido.
Así, se pierden las notas
que tocaste, los destellos que te cegaron, las miradas que cruzaste o
las tardes de desdén. Los poemas que ensayaste y no salieron, las
letras que escribiste y después tachaste, los garabatos que hiciste
en los cuadernos y los libros que desechaste según crecías.
Incluso los tragos que
bebiste: los importantes, los que celebran dichas y desdichas, y los
que no, los que llevas a cabo todos los días, incluso los que no
piensas y el cuerpo recicla para no ahogarse.
Igualmente se van los
parpadeos, las lágrimas, los tics nerviosos, los rascados, las
caricias y aquellos picores de la ropa nueva. Se van los olores en
los que no reparaste y miles y miles de tardes no demasiado bellas.
Con ellas se marcharos los vientos, las lluvias y el frío que
maldeciste una y otra vez; y el sudor, los escalofríos y los
constipados, unos detrás de otros.
Y así nos olvidamos de
más y más cosas que parecieran no tener importancia, y damos
importancia a otras muchas que no debieran tenerla y que recordamos
para siempre.
Así, perdemos una gran
parte de nosotros mismos cada segundo sin acaso percibirlo. Pero esa
parte hace que, lo que quede, sea lo que en libertad soñaste ser
algún día.
A veces los olvidos
regalan vida.
2 comentarios:
Ojalá seamos capaces de olvidar los momentos más grises, más tristes, y nos quedemos con el aprendizaje, las sonrisas, y la parte más hermosa de la vida.
Mil besos, guapo.
Muchas gracias.
Los olvidos son necesarios... ya sabes. A veces, hay que dejarse llevar por ellos como por el oleaje, en vez de obcecarse en el recuerdo constante de todo. Nunca se sabe a que playa arribarás...
Besos
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